Infancia, arquitectura y educación

Arquitectura, el lenguaje idóneo para crear la atmósfera donde crecemos

He tenido la suerte de trabajar con infancia de Europa, América y Asia. A menudo me preguntan en qué se diferencian los niños del mundo. Respondo que la infancia es muy parecida en todas partes.

Las diferencias surgen al crecer, al hacernos adultos. Crecer es asimilar las formas, costumbres, ritos y comportamientos de las sociedades que nos acogen. La atmósfera que nos rodea nos esculpe, cincela, fosiliza.

Crecer es inevitable, entrar en la sociedad conlleva mimetizarse con nuestros congéneres, ser como los demás. Crecer acontece con la socialización y la educación. Si la atmósfera que acoge a la infancia y juventud fomenta la innovación y transformación, esa será su actitud siendo adultos.

Por lo que he visto con mis ojos, hay sociedades del mundo que fomentan la inmovilidad de los esquemas sociales establecidos. Es decir, la falta de curiosidad e investigación para mejorar la vida de todos. También ocurre en zonas de Europa.

Para avanzar por el bien común hace falta visión, voluntad y valor. Visión para intuir entornos mejores para la infancia. Voluntad para llevar a cabo esa visión. Y el valor para construirla. Todo cambio de lo establecido provoca una reacción contraria que quiere evitarlo.

Nuestro trabajo con infancia, arquitectura y educación consiste sobre todo en construir la atmósfera que fomenta la actitud positiva y transformadora del mundo. Niñas y niños que juegan a descubrir la realidad, a inventarla mediante la representación de sus deseos.

Las artes son lenguajes que nos permiten tantear la existencia, darle la forma justa habitable para todos, comprendernos como especie, y la arquitectura es el lenguaje idóneo para crear la atmósfera donde crecemos.

Cuando hablamos de proyectos que aúnan infancia, arquitectura y educación nos referimos a una amplia gama de proyectos. Por ejemplo, educación de arquitectura como lenguaje, procesos de diseño participativo, regeneración urbana, material didáctico e infraestructura educativa.

 

 

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El dragón dorado, taller de Jorge Raedó y Fabiola Uribe. Foto en el Museo de Arquitectura Leopoldo Rother, Bogotá. Foto © Jorge Raedó

Durante la infancia y la juventud pasamos miles de horas de nuestra vida dentro de edificios destinados a la educación obligatoria, por lo que esta infraestructura debe ser una arquitectura que a la vez satisfaga el proyecto pedagógico del centro.

El aprendizaje sucede siempre “dentro de” emociones y estados de ánimo. La calidad espacial es decisiva para moldear esas emociones y estados de ánimo: luz y sombra, sonidos, temperaturas, brisas, distancias, proporciones, recorridos, transiciones …

El proyecto pedagógico es la mano. La infraestructura se adaptará como un guante suave a él. A la vez, el entorno construido otorgará la calidad espacial justa.

La arquitectura nos enseña a vivir, estar, mirar y caminar. Los buenos espacios nos dicen dónde estamos. Incluso, a veces, susurran de dónde venimos y a dónde vamos. Son el símbolo de algo que transciende nuestra vida cotidiana.

Los centros de educación obligatoria son la única puerta de entrada de la infancia y juventud a la sociedad que los acoge. Un niño que no se integra bien en su sociedad, será un problema para la comunidad.

Jardines de infancia, escuelas, colegios, institutos … por ser espacios diseñados y construidos, son profesores de vida. Si son vulgares, descuidados y desangelados, sus usuarios percibirán que la sociedad que los acoge es así.

Si los espacios para la educación son especiales, cuidados y generosos, los alumnos entenderán que la sociedad los recibe con los brazos abiertos. Que hay un lugar para ellos, que son importantes. Si tratamos a los pequeños con poca generosidad, no esperemos que lo sean de adultos con sus congéneres.

El proyecto pedagógico es un mapa detallado con varias rutas posibles. Cada viajero llega con sus inquietudes, cada niño crece y aprende a su manera. Los profesores le enseñan a explorar su propia vida.

El mapa consensuado y compartido es imprescindible. O nos perderemos cada uno en nuestra propia niebla. El proyecto pedagógico está definido en cada centro, e indefinido y tangible en toda sociedad que avanza.

Los proyectos colectivos persiguen horizontes que unen. Unos días damos pasos de gigante, otros saltitos de hormiga. Unos juegan con risas, otros juegan serios. Aprender es un acto colectivo, voluntario y consciente.

El diseño y la construcción de la infraestructura educativa se hará con profesionales de la educación, la arquitectura, el medio ambiente y con los alumnos y familias que la habitan.

El mundo construido es la proyección de nuestras emociones, sentimientos, deseos; es la sombra proyectada por la luz de nuestras relaciones.

El diálogo e intercambio de ideas para la construcción del centro educativo, es un proceso de aprendizaje en sí. Creamos atmósfera respirable con la exploración incesante del mapa que incluye todos los mapas.

Imagen principal: Centro cultural-comedor San Martín en el barrio La Balanza, localidad Comas en Lima. Foto realizada durante el seminario "Barrio & Niñez" & "Ludantia. I Bienal Internacional de Educación en Arquitectura para la Infancia y Juventud.” Foto © Jorge Raedó